Compromiso permanente con la calidad en educación técnico-profesional
Hablar de calidad en la educación superior técnico-profesional no puede reducirse a un proceso formal de acreditación ni a un conjunto de indicadores que se miden periódicamente. La calidad es mucho más que eso, es una manera de comprender nuestro quehacer educativo, de vivirlo día a día y de proyectarlo hacia la comunidad y el territorio a los que servimos.
Cuando decimos que una institución es de calidad, afirmamos que asume un compromiso serio y responsable con cada etapa de la formación de sus estudiantes. Implica que detrás de cada clase, de cada acompañamiento, de cada actividad en un laboratorio o en una práctica profesional, existe la convicción profunda de que estamos formando personas íntegras, preparadas técnica y valóricamente para responder a los desafíos del mundo actual.
La acreditación, sin duda, constituye un hito relevante, otorga una validación externa de nuestro trabajo y asegura a los estudiantes que la formación que reciben cumple con estándares reconocidos a nivel nacional. Pero la calidad no comienza ni termina en ese proceso. La verdadera calidad se expresa en la coherencia de nuestro quehacer, en la transparencia con la que actuamos, en el sentido de pertenencia que transmitimos y en la capacidad de mejorar continuamente, aprendiendo tanto de los logros como de los desafíos. Aquí es importante reconocer una diferencia fundamental: la calidad normativa y la calidad vivida.
La calidad normativa se centra en procesos formales —licenciamiento, fiscalización, acreditación— que buscan garantizar mínimos y/o estándares de funcionamiento institucional y transparencia para la sociedad.
La calidad vivida por el estudiante, en cambio, se mide en su experiencia cotidiana qué tan bien aprende, cómo es tratado, qué oportunidades tiene, cómo se siente acompañado. Un estudiante difícilmente dirá “mi institución es de calidad porque está acreditada por 5 años”. Más bien lo expresará en frases como: “Me siento acompañado”, “lo que aprendí me sirvió en la práctica”, “mi profesor sabe y explica bien”, “me contrataron gracias a lo que aprendí”. Esa percepción es la que finalmente define si hemos cumplido con nuestra misión formativa.
La calidad se vive en múltiples dimensiones: en las aulas y en los pasillos, en los talleres y en las oficinas, en los espacios de convivencia y en la relación directa con cada estudiante. Se refleja en la manera en que fomentamos la inclusión, en cómo cuidamos el bienestar de nuestra comunidad educativa y en el compromiso real con los territorios donde estamos presentes. Es un sello que inspira y debe impregnar cada acción que emprendemos como institución.
Por ello, al pasar a septiembre después de un mes de celebraciones por el mundo TP, nuestro llamado es a entender la calidad no solo como un estándar que cumplir cuando vence o nos toca por primera vez la acreditación sino como una actitud permanente de excelencia y responsabilidad social. Porque cuando formamos con calidad no solo transformamos vidas individuales sino también contribuimos a fortalecer el tejido social y productivo de nuestra región y nuestro país.
En el CFT San Agustín creemos firmemente que la calidad no se declara: se demuestra se vive y se comparte. Y es en ese camino donde seguiremos avanzando convencidos de que nuestra misión es educar con excelencia y servir con sentido trascendente.
Sergio Morales Díaz
Rector CFT San Agustín
Fuente: Diario Talca Crónica